Estulticio: criollo aventuras

Don Clemente tenía una familia pequeña, su esposa y su
hijo con quienes pasaba día y noche trabajando en el hato. Sin embargo, un arrebato le cambiaría la vida. Sin más salida que emprender una travesía, la historia comienza así: un horizonte cubría todo el panorama, junto con garzones soldado, turpiales, murrucos y una inmensidad inimaginable. Los días eran soleados
y las vacas y los caballos reposaban sobre la sombra de los árboles. Se levantaban temprano, y entre japeos y silbidos arriaban el
ganado. Pero la tensión entre padre e hijo era clara. Por más que aparentaban tener una sonrisa de oreja a oreja había un espesor que se respiraba. ¿Trabajar juntos? Claro. Pero fuera de cabalgar largas
jornadas y escupir chimú eran pocas las palabras que cruzaban.

¿Qué te hemos hecho, Raquel?

En la lejanía retumban gritos. No son vacas, ni toros, no son mugidos ni gritos de animal bravo de monte ni de terribles espantos sabaneros. Son los gritos de la tierra que llora por sus hijos perdidos ¡Ay, Raquel! ¿Quién te consolará? Si ya nadie te respeta, si todos te usurpan, si todos te rajan a bala, si a tus hijos le rompen la testa y la cerviz a punta de bolillo, pistola y violencia sexual. ¡Ay, Raquel! Ya no quieres ser consolada, porque has perdido a tantos, frutos verdes de tus entrañas, que ya no te queda útero para sentirlos ni corazón para añorarlos ni cabeza para pensarlos. ¡Te asesinaron la vida! Y los gallinazos, peores que espantos, se relamen las jetas pensando que mañana vendrán, de nuevo, tus hijos a luchar por el pan que se les quita, por la vida que se les trunca, por los derechos que se les incumplen, por existencia que se les es trastocada ¿Quién consolará tus lloros? ¿Quién te limpiará los mocos o las rasgaduras de sangre sobre tus ropas puras?

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