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La protesta, un incomodo pero saludable baño de realidad

Mientras recorría a lo largo y a lo ancho el río de gente que inundó la avenida 40 de Villavicencio, analizaba lo especialmente impredecible que es una legítima protesta social y lo saludable que es esto para mantener su vital rebeldía.


El día anterior a la gran marcha del 28 de abril, personajes e instituciones como la alcaldesa de Bogotá, Claudia López; el gobernador del Meta, Juan Guillermo Zuluaga; el presidente de la República, Iván Duque y el Tribunal Administrativo de Cundinamarca, entre otros tantos, utilizaron en vano el discurso intimidatorio del “alto contagio”, la “prohibición de manifestaciones” y el llamado a la “conciencia de los líderes de la movilización”, demostrando así una desconexión con la realidad del país, un desconocimiento del desarrollo de la protesta y una doble moral frente a escenarios puntuales de la pandemia.


En las últimas décadas han surgido con mayor fuerza, pero en contradicción con algunas voces de la política nacional, diversas sentencias locales y consensos de organismos internacionales, donde se ha consagrado el derecho a la protesta dentro del escenario de participación democrática. De igual manera, se ha exaltado su importancia como herramienta para la denuncia y la muestra de desacuerdo de actores sociales que, de otra manera, no tendrían la capacidad de ser escuchados dentro de los espacios políticos más tradicionales. Esto se complicaría aún más si en cada descontento, se tuviera que tramitar un permiso de protesta en instituciones estatales.


El llamado a la conciencia de los líderes de la movilización por parte de un gobierno que aún no cumple con la deuda histórica (tercerización y salarios atrasados), ni con la deuda actual (pago de primas y dotación de elementos de bioseguridad) con el personal del área de la salud, que no tuvo la voluntad de generar un programa completo de apoyo a la población afectada por los diversos confinamientos, y que no ha logrado aplicar el esquema completo de vacunación a dos millones de ciudadanos (de la meta de 35 millones), es sólo una muestra más de cinismo.


Mientras continuaba marchando, manteniendo el distanciamiento, detectando personas con el tapabocas en la quijada; cubriéndome del sol con una sombrilla, recolectando semillas de un árbol, charlando de temas médicos, políticos y deportivos con mi compañía; leyendo las creativas frases que carga la gente, frenando mientras la multitud frenaba y pasándome a la otra calzada cuando se daba la oportunidad de parar también ese tráfico, seguía pensando que la manifestación es la similar a la vida misma: se propone empezar a una hora, pero se inicia a otra, se traza un camino, pero en la mitad puede tomar otro, quiere estar tranquila, pero en momentos llega el desespero, le toca aguantar lo impredecible del clima, a veces quiere descansar y a veces acelera.


La desconexión de las instituciones formales, en este caso el de los representantes del gobierno, tanto con la realidad del país, como con el desarrollo de la protesta social, está en no entender que en este contexto no funciona el “llamado a los líderes” porque no existe esa jerarquía vertical; cada persona que decidió asistir lo hizo por su propia convicción.


La institucionalidad también comete el error de querer encasillar la protesta, no sólo asignándole una fecha, una hora, unas vías y un destino, sino también un solo motivo (ahora, la reforma tributaria) y, por ende, un solo objetivo (modificarla o retirarla), sin entender que la protesta es impredecible, nace por miles de indignaciones, se alimenta de incomodar y deja de existir por su propia voluntad.


A la marcha del 28 de abril fueron bienvenidos desempleados, las víctimas del sistema de salud, adultos que no se pensionarán, dolientes de las ejecuciones extrajudiciales, maestros con estudiantes sin recursos para acceder a la virtualidad, potenciales afectados por la reforma tributaria y todos los demás, electores o no electores de este gobierno, que sienten un descontento.


La protesta social no es y no puede ser el desfile homogéneo, estético y decorativo que muchos ciudadanos y gobernantes quisieran ver desde la comodidad de su sala, vehículo o escritorio, mientras dicen soñar con un país menos corrupto y en el que cada nuevo gobierno, con la complicidad del Congreso, no llegue a subir los impuestos para cubrir su propio hueco fiscal.


*** Durante el desarrollo de este texto , se conoció que Iván Duque le solicitó al Congreso de la República el retiro del trámite del proyecto de reforma tributaria. Eso sí, como es costumbre en los comunicados del actual Gobierno, sin algún tipo de sonrojo e, incluso, vendiendo la idea de ser el salvador de la clase media, planteó que en el futuro documento esta clase media no debe ser la más afectada. Además, como un desafío a la memoria y al razonamiento de los colombianos, también habló de incorporar impuestos “temporales” y “transitorios” a la nueva propuesta.

José Alejandro Mora S.

Politólogo, Universidad Nacional

Twitter: @AlejoMoraSu


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1 Comment


alejomorasu
Jun 10, 2021

Párrafo 5, línea 6: "...la manifestación es similar a la vida misma..."

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