Peligro: Osos Palmeros en su Vía
Bloguera: Laura Mora
Fotografía de: Fuerza Aérea Colombiana.
Durante muchas de mis vacaciones y fines de semana, pasaba tiempo en la finca de mi tía, situada a unas horas del casco urbano. Aunque mis recuerdos son algo difusos, ya que esta rutina terminó cuando tenía unos siete años, hay un recuerdo que conservo claramente y que me encanta revivir: el viaje a Chaparral.
El trayecto estaba lleno de sabanitas entre los potreros. A diferencia de las carreteras asfaltadas de las ciudades, el camino era polvoriento, lleno de huecos, piedras saltando contra las puertas y, a menudo, la falta de infraestructura nos sacudía en el interior del carro. A pesar de los golpes en la cabeza con el techo del carro, me permitía observar una abundante vegetación y pequeños animales. Era una de mis partes favoritas del viaje.
Mi momento predilecto era al pasar por la zona de las "montañitas", elevaciones de tierra que variaban en tamaño, desde unos 15 hasta 70 centímetros, según mis cálculos. Estas montañitas me recordaban a los muñecos de nieve que veía en la televisión, aunque no conocía en persona. Me hacían inmensamente feliz y, con el tiempo, aprendí a predecir cuándo llegaríamos a ellas. Sabía que después de un broche de alambre y un palito torcido de madera, llegaría la zona donde me pegaba a la ventana para gritar emocionada por cada osito palmero que veía.
Los ositos palmeros salían de la selva hacia las sabanas en busca de hormiguitas en esos montones de tierra. Me encantaba verlos correr y esconderse rápidamente al escuchar el carro. Aunque el espectáculo duraba menos de 30 segundos, era una fuente de gran alegría para mí. Con el tiempo y la construcción de nuevas vías intermunicipales, me entristeció ver a esos ositos muertos en las carreteras nacionales. El avance humano había invadido su hábitat natural, y los ositos, en su búsqueda de comida, morían atropellados.
En mi adolescencia, mis vacaciones se trasladaron a Casanare, donde noté un mismo patrón: un aumento en las señales de advertencia sobre la fauna silvestre, incluyendo ositos muertos. No sólo era en el Meta, era en todo el llano. Pensaba que ahora sí, mis ositos estaban en peligro.
La deforestación, la sequía industrial y el cambio climático han reducido su número drásticamente. Hoy temo que en el futuro, estas criaturas que me hicieron tan feliz en mi infancia podrían desaparecer.
Como colombianos, tenemos la responsabilidad de conservar esta especie. Debemos conocerla, apreciarla y tomar medidas para protegerla. Laura, de niña, admiraba estas bellas criaturas y muchos otros niños y niñas también encuentran en ellas una belleza especial. Laura, de niña, se quejaba de los huecos y el polvo rojizo de la carreterita, "no me deja ver bien a los ositos", decía. Ahora de grande deseo que no hayan más vías, que los ositos palmeros estén lejos de vías de asfalto, quizás les iba mejor cuando los llanos sólo tenían vías de tierra y polvorientas.
Si no actuamos ahora para asegurar que las próximas generaciones puedan experimentar la misma maravilla que yo sentía al ver a los ositos palmeros en la sabana de Chaparral. Si luego de leer mi anécdota de la infancia por lo menos indagas en una búsqueda rápida por "cómo se ve un Oso Palmero", mi entrada valió la pena. Que lo disfruten, ¡solamente verlo es increíble!
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